EL HUÉRFANO.
El teléfono sonó estridente sobre la mesilla de noche. Eran las tres y media de la madrugada y la tempestad llevaba horas azotando la tierra. Antes de coger el aparato, ya sabía de qué se trataba, pero oír a Zalo contarme que mi yegua acababa de fallecer, resultó mucho más duro de lo que imaginaba. Un cólico. De estar perfecta, al igual que su foal de un mes de vida, a ya no vivir en unas pocas horas. No recuerdo lo que le contesté, en todo caso pocas palabras, todas inservibles. Colgué el teléfono con una mano que entonces me pareció de trapo, por lo flácida y vencida. Estaba dentro de la cama, a medias dormido, pues los hechos estaban sucediendo a más de cien kilómetros de distancia, y aunque hubiese estado presente, nada habría cambiado. Etolie Enchantee siempre estuvo en buenas manos, eso lo tuve claro desde el principio; bien cuidada, sana, alegre y fuerte como un roble. Tenía solo ocho años, y había alumbrado tres foals, dos hembras y por fin el ansiado macho Gaspariño, que ahora se quedaba solo en el mundo con cuatro semanas de vida.
Los cólicos la mayor parte de las veces no avisan. Y aunque a posteriori se investiguen sus causas, no siempre se llega a conclusiones definitivas. Paradójicamente no tardé mucho en volver a dormirme, pero cuando me desperté, quise creer todo había sido una pesadilla. Sin embargo la pérdida era real, y parecía significar el fin de algo con lo que había soñado toda la vida. “Esto no puede pasarme a mí”. La frase clásica ante este tipo de tragedias se instaló durante unas cuantas horas en mi cabeza, taladrándome el cerebro. Todo iba de maravilla hasta aquel día del Diablo. La primera hija de Etoile Enchantee, Damiña, ya había debutado en los hipódromos y parecía que su primera victoria no estaba lejos. Su otra hermana, Estrela Feiticeira, tenía toda la pinta de ser mejor competidora aún, y no faltaban muchos meses para que saltara por primera vez a la pista. Y el nacimiento de Gaspariño el día dos de Enero, me había ilusionado de forma extraordinaria. Tenía muchos planes con mi yegua, a la que cada año que pasaba me sentía más ligado. Asumía perfectamente las considerables pérdidas de haber vendido baratos sus primeros productos, pero pensaba resarcirme en poco tiempo. Y aunque no fuese de ese modo, y cada año tuviese que palmar dinero, lo emocionante de la aventura, y la trascendencia de la misma, compensaba de sobra el fuerte gasto. Mientras el bolsillo resistiese, no estaba dispuesto a arrojar la toalla.
Además estaba mi padre, al que siempre he estado muy unido, del que heredé la afición a las carreras de caballos, y con el que tengo una deuda imposible de saldar. A sus noventa y cuatro años de edad, al fin veía como uno de sus hijos se atrevía a criar purasangres, aunque fuese a escala mínima y por delegación. Ya me gustaría tener una yeguada propia, y varias madres bonitas, con buenos orígenes pastando en mis propiedades, pero mis recursos y conocimientos lo que me permitían como mucho era haber comprado a Etoile Enchantee, y pagar los gastos de manutención, y resto de partidas anuales, incluyendo la crianza de sus hijos hasta convertirse en yearlings. Ser criador de este modo, en muchos sentidos era un homenaje a mi familia paterna, a mis tíos, y a mi abuelo, todos ellos grandes y enloquecidos aficionados, que se hubiesen sentido orgullosos de mi peligrosa apuesta y probablemente la habrían compartido, puesto que ninguno de ellos está ya en este mundo.
Tardé tres semanas en ir a la yeguada de mis amigos a ver de nuevo a Gaspariño. Me contaban que se había adaptado bastante bien a su nueva situación, y bebía sin problemas de un cubo las seis o siete tomas diarias de leche adaptada, hasta totalizar los diez litros o más por jornada. Cuando le vi dentro del box, asomando el morro por encima de la puerta, tuve sentimientos contrapuestos, de felicidad por verle a salvo, y de tristeza por encontrarle solo. Estaba muy guapo, y se había vuelto mucho más sociable. De esconderse detrás de su madre, como hacen la mayor parte de los foals, había pasado a buscar comida de mano de las personas. Estaba claro que deseaba seguir vivo a toda costa. Para mí fue un placer sujetar el cubo mientras Gaspariño sorbía la leche a gran velocidad. En menos de un minuto, los dos litros del blanco líquido habían desaparecido. Le acaricié el cuello y puse mi nariz junto a sus ollares a modo de saludo de reconocimiento. Parecía estar por completo a salvo. Lo ideal sería encontrarle una yegua nodriza, pero no era fácil y había poco tiempo. Con un mes más de edad sería imposible. En la yeguada donde se encontraba y otras cercanas había muchas yeguas, y los abortos son por desgracia algo relativamente frecuente. No deseaba que se produjeran, pero si ello sucedía, estaba dispuesto a sacar partido arrendando la madre al propietario que perdiese el potro.
Lo que ocurrió fue precisamente lo contrario. Otra de las madres de avanzada edad falleció de forma parecida a la mía. Y su potro era incluso más joven todavía, pues en el momento de la muerte de su madre, contaba con menos de tres semanas de edad. Estadísticamente es mucho más probable que mueran foals que yeguas madre, así que lo de la nodriza quedaba definitivamente descartado, y ahora los dos huérfanos se deberían de criar juntos.
La muerte de Etoile Enchantee me había dejado cavilando sobre el futuro. Cuando la compré, me dije a mí mismo que solo podía gastar ese cartucho. Mi economía es ajustada, y me gusta cumplir con todos mis compromisos, así que pensar en adquirir una nueva yegua de cría, suponía asumir un riesgo excesivo. Sin embargo me resultaba muy duro renunciar a vivir dentro de mi sueño, cuando ya lo había probado con sumo deleite. Por las noches todo lo veía oscuro, y pensaba que con Gaspariño y sus hermanas tenía más que de sobra para seguir en la brecha, pero hablando de caballos con mis amigos, y viendo a sus yeguas y a sus potros, sentía una envidia singular, y la sensación de que había perdido algo muy importante, como si respirase a medias o lo mirase todo con un solo ojo, desde que se fuera Etoile. No era un niño al que se le ha quitado un juguete, sino algo mucho más profundo. Estaba preparado para que Etoile Enchantee tuviese un aborto más pronto que tarde, ya se había quedado vacía un año en el que durante meses pensé que estaba preñada, y no me dolió demasiado. Pero sin ella se rompía por completo la cadena; se acaban los maravillosos ciclos anuales, eligiéndola novios, esperando los nacimientos, vigilando el desarrollo de sus hijos, acudiendo a las subastas como un vendedor de yearlings. Escribiendo sobre caballos en los foros.
Aquel domingo, al fin soleado tras semanas de lluvia y mal tiempo, conduje deprisa en dirección a la yeguada de mis amigos. Zalo me había comentado por teléfono que Gaspariño y el otro foal habían congeniado a la perfección, y compartían el box sin disputa de ninguna clase. Y de ese modo les encontré a ambos, con sus morros casi juntos, relinchando de esa forma encantadora con la que acostumbran a pedir ser liberados de su encierro, o para que raudamente se les lleve la comida con objeto de saciar su infinito apetito. El otro potrillo todavía no tenía nombre, y era tan guapo como el mío, de menos edad, pero perfecto de tamaño y musculatura, teniendo en cuenta que acababa de cumplir un mes de vida. Sobre la dorada paja nueva, los potros estaban erguidos y vitales, con su pelo de invierno limpio y claro, y los ojos abiertos; luminosos y expresivos como la luna llena.
Tras su primer almuerzo de leche, Alfonso cogió a Gaspariño del ronzal y le condujo en dirección a la pradera. No hacía falta hacer lo mismo con su compañero, pues éste les seguía al lado sin aspavientos, igual que un corderito. La hierba todavía estaba algo húmeda en las zonas de sombra, pese a que ya eran casi las doce de la mañana y lucía el sol. Gaspariño iba tirando un poco, pues no en vano llevaba un par de días sin salir del box, y era un purasangre, pero lo hacía sin asomo de malicia o miedo. Cuando al fin llegaron al inicio de uno de los grandes prados, Gaspariño se relajó durante un instante, Alfonso soltó su mano del ronzal y el potro se giró sin prisa en dirección a donde se encontraba el sol brillando. Dio un par de zancadas ligeras, hundió la frente y empezó a acelerar de forma rabiosa hacia el luminoso horizonte, como si le fuese la vida en ello. En escasos segundos cubrió centenas de metros, mientras que su jovencísimo amigo intentaba seguirle a considerable distancia. Ambos se convirtieron a lo lejos en puntos oscuros sobre el corto pasto invernal. Parecían estar escapando de su trágico pasado, y cuando al fin se detuvieron, daban la sensación de haberlo conseguido. Al poco volvieron trotando, girando juguetonamente sus cabezas, satisfechos por verse libres y veloces, fuertes y orgullosos por ser caballos de carreras. Les hice muchas fotos y muchos vídeos ese día, y a la hora y pico de asistir a ese maravilloso espectáculo, me sentí feliz, como nunca en mi vida, por verlos así de espléndidos pese a no tener madres. Y un instante después, empecé a añorar a Etoile Enchantee como hasta entonces no lo había hecho, se me formó un nudo en la garganta y sentí que aquellos potros se habían convertido en aquel preciso momento en purasangres con todas las letras, ojala futuros campeones; pero sobre aquella pradera todavía alguien seguía sintiéndose huérfano, y paradójicamente no se trataba de ninguno de los dos foals, sino de mí mismo, por no tener ya a mi yegua.
GASPARIÑO - UN FOAL VALIENTE
MINI VIDEO: LOS HUÉRFANOS FELICES
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LA HISTORIA CONTINÚA
Termine este relato a los pocos días de la muerte de Etoile, y casi de inmediato tomé la decisión de adquirir una nueva madre. En ese aspecto no había muchas dudas, pues la oportunidad era magnífica. Pero esta vez lo haría a medias mis amigos del Haras Pelaez-Malvar. La última remesa de Yeguas cubiertas importadas por la Diputación de Ourense, procedentes de las Ventas de Deauville en Diciembre, había resultado una ganga. Y entre ellas había un nombre que destacaba poderosamente: Nasriyda. Esta hija de Darshaan, de inmejorable línea femenina, tenía un par de hijos corriendo en Francia. Cuando se compró en Diciembre Nasriyda, el segundo de ellos, Nizamabad todavía no había debutado, pero al poco lo hizo, demostrando ser un ejemplar de futuro. Cuando tomé al fin la decisión de comprar a la madre, Nizamabad acababa de ganar con facilidad en su segunda salida a la pista. Corría con los colores del Aga Khan, a quién perteneció Narsiyda hasta hace unos pocos años. Que Nizamabad estuviese matriculado en las mejores carreras del calendario clásico Francés, era toda una garantía. Hace pocas semanas disputó su primer Listed quedando cuarto, pese a estar muy tierno todavía, dando un valor próximo al 44 Francés. El día 5 de Abril, es uno de los tres Aga Khan que figuran matriculados en un importante Grupo 3. Así que el destino ha hecho que en la actualidad tenga a Gaspariño huérfano, y la mitad de Nasriyda, junto con su foal hembra recién nacido por Moss Vale, a la que le hemos puesto el nombre de “Gerónima”. Empecé el año con ilusión, y pese a la tragedia vivida, y aún con el bolsillo menguado, mantengo viva la llama de la cría. Ya no soy el único dueño de la madre, pero en este apasionante mundo, cuando se comparten las emociones y los riesgos con los que ya consideras amigos, se acaba disfrutando el doble de lo que disfrutarías si lo poseyeses todo, tú solo.
NASRIYDA Y GERÓNIMA
GERÓNIMA - EL SUEÑO CONTINÚA
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